Empezar diciendo que los llamo autobuses en general, por decir algo, porque aquí en Perú, tomar un autobús es un poco como jugar a la tómbola: te puede tocar cualquier cosa.
Normalmente y seguramente por ser gringas, siempre nos cobran más o menos lo mismo por el pasaje (tambié decir que ahora pagamos mucho menos que al principio), pero aunque pagues lo mismo el autobús puede ser desde uno bastante bueno, hasta otro totalmente vomitivo.
Aquí nos ha tocado viajar en casi todos los tipos, ya que para poder ver todo lo que hemos visto, hemos pasado HORAS Y HORAS en autobuses. Y siempre estás esperando al autobús con la inquietud, casi el nerviosismo de a ver cuál te toca. Está claro que fastidia mucho más cuando es un autobús patético y tienes que estar 7 horas de viaje, pero al final, te acabas acostumbrando a todo, y el hecho de que la gente suba con gallinas y te las ponga encima, o la cantidad industrial de panes que transportan de un lado a otro de las regiones, o que entren vendiéndote choclos con queso, chancho o pollo a las 7 de la mañana, pasa a ser algo habitual e incluso lo llegas a echar de menos si no pasa, parece que falta algo.
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