Puerto Maldonado en sí es la ciudad/pueblito a la que se llega en avión, pero luego se toma un barco en el puerto y te adentras una hora de camino por el río Madre de Dios hasta la selva. Ya allí, puedes organizar diferentes excursiones, siempre con guía eso sí, porque ir solo es casi seguro una garantía de no volver.
El calor es húmedo y pegajoso y el sol da de lleno, hasta que empiezas a caminar entre los árboles que por su tamaño y frondosidad no dejan pasar apenas los rayos del sol. La cantidad de animales que se pueden ver, arañas, culebras, monos, tucanes...es increíble, viviendo en libertad, y de un tamaño que echa para atrás. Además tuvimos la oportunidad de subir por un puente colgante (sí, daba cierto miedito) a 92 metros de altura sobre la Amazonía peruana y desde donde la vista quitaba el aliento.
Las fotos no pueden captar ni la mitad, ya sea porque no lo abarcan o porque no se aprecia lo impresionante que es aquello. Creo que son el amanecer y el atardecer más bonitos que he visto nunca, y aunque no lo puedan capturar las fotos, eso, se queda en la memoria.
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